La indefensión aprendida es la reacción a darse por vencido, a no asumir ninguna responsabilidad y a no luchar como consecuencia de creer que cualquier cosa que podamos hacer carece de importancia o no puede cambiarse. La indefensión aprendida está estrechamente relacionada con nuestra Pauta explicativa.
Indefensión aprendida: Se caracteriza por la creencia de que los eventos son inevitables, no se albergan esperanzas de cambio y se considera que no se puede hacer nada para escapar del destino. Este rasgo motivacional se verá determinado con mayor intensidad mientras las experiencias de indefensión sean más intensas y tempranas (Acevedo, 1996).
La pauta explicativa es el criterio que solemos utilizar para explicarnos a nosotros mismos por qué suceden las cosas. La pauta que utilizamos influye en nuestro sentimiento de impotencia. Una pauta explicativa optimista pone un freno y detiene el sentimiento de indefensión inmediatamente, en cambio una pauta pesimista acrecienta dicho sentimiento.
Las dimensiones cruciales de la pauta explicativa son principalmente dos: permanencia y alcance. Los que se dan por vencidos a las primeras de cambio o tienen una pauta pesimista son personas convencidas de que las dificultades o adversidades que les ocurren son permanentes (“las cosas son así siempre y no cambiarán”, “nunca encontraré trabajo”). En cambio los que piensan que los malos momentos son situaciones “transitorias” se enfrentan a éstas con un talante constructivo y pensando en canalizar sus energías en una situación “temporal”, este último corresponde a una pauta optimista.
Si la permanencia se refiere al tiempo, el alcance se relaciona con los diferentes dominios de nuestra vida (trabajo, salud, familia, amigos, hobbies etc). Las personas que realizan explicaciones universales para sus fracasos (generalizaciones del tipo: “en todos los exámenes me acabo equivocando”, “nadie me entiende” o “todos los hombres son unos egoístas”) se rinden ante cualquier cosa, cuando padecen un contratiempo. En cambio los que tienen explicaciones específicas en los fracasos o adversidades (piensan que ese suceso es concreto), piensan que el que les haya ido mal en algo; por ejemplo si se equivocan en un proyecto o suspenden un examen no quiere decir que les vaya a ir mal en todo lo demás, consiguen “aislar” el fracaso.
Las personas debemos asumir nuestros fracasos y nuestra responsabilidad en ellos, sin embargo, la persona deprimida o pesimista, suele asumir mucha más responsabilidad por los hechos negativos que por los positivos, siendo capaz de separar el contexto de su persona: el fracaso es todo responsabilidad suya.
El psicólogo Martin Seligman, lleva 25 años estudiando el pesimismo y el optimismo y la manera en que una u otra opción tiene una influencia directa en nuestra vida. Hasta hace muy poco se pensaba que esta distinta manera de reaccionar ante la vida, venía determinada por nuestro temperamento, pero Seligman nos demuestra que el optimismo puede aprenderse, es decir, que una persona que sea pesimista y quiera dejar de serlo tiene posibilidades reales de tener éxito.
Nuestra herencia genética o más aún nuestra educación en los años tempranos de nuestra vida, puede condicionarnos en parte, pero no tiene la suficiente fuerza para impedir realizar grandes cambios en nuestra manera de ver las cosas.
Las personas con hábitos pesimistas pueden convertir el menor contratiempo en una catástrofe. Creen que ellos son culpables de sus desdichas, que las desgracias les acompañarán siempre y que la situación es absolutamente irreversible. En parte tienen razón pues sus pensamientos negativos se transforman en creencias, que a su vez actúan como profecías condicionando su futuro.
Por suerte hoy a pleno siglo XXI sabemos que los hábitos mentales no tienen necesariamente que ser permanentes, actualmente con un entrenamiento adecuado y una buena dosis de disciplina podemos elegir otras opciones de interpretar nuestra realidad, disponemos de nuevos recursos que sin duda desconcertarían al propio Sigmund Freud.
Se ha demostrado que los optimistas tienen mayor rendimiento en los estudios, en el trabajo y en el deporte. También se ha visto que nuestra salud es algo que podemos controlar mucho más de lo que sospechamos, y que el optimista contrae menos enfermedades infecciosas que el pesimista, e incluso que vive más.
La investigación científica actual, encabezada por distintos psicólogos norteamericanos como el propio Seligman, John Teasdale, Bernard Weiner o Albert Ellis nos demuestran que la depresión, el éxito y la salud física son áreas en las que podemos mejorar aprendiendo optimismo. La clave para conseguirlo está en mejorar nuestra “pauta explicativa” o “diálogo interior” de las cosas que nos suceden.
Se ha llegado a la conclusión de que lo realmente importante es conocer las causas de nuestros éxitos y fracasos, y a qué o quién atribuimos la autoría de éstos. La explicación que cada uno de nosotros damos al respecto es lo que acaba determinando nuestras actuaciones del presente y del futuro de manera implacable.
Para profundizar en el concepto: Martín E.P Seligman. La Auténtica felicidad. Ediciones B. 2005